martes, 17 de abril de 2012

09 de Abril de 1812. Acción de Arlabán

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Acción de Arlaban y confiscación de un correo
Gaceta del Gobierno de Mexico, del martes 8 de septiembre de 1812.

Parte del mariscal de campo D. Francisco Espoz y Mina al general en jefe del séptimo ejército. "Excmo. Sr. —Cuando los franceses me creían entre las breñas del alto Aragón, hice una marcha de 15 leguas en un solo día para revistar los batallones primero, cuarto y quinto, y el 7 por la mañana me dirigí con toda la fuerza desde los Arcos a Santa Cruz de Campezu. La madrugada del siguiente me avisaron los confidentes hallarse en Vitoria un comboy escoltado por 2000 infantes polacos y de la guardia imperial con 150 caballos, y que al mismo tiempo conducían porción de prisioneros españoles pertenecientes al ejército del inmortal Ballesteros. En un consejo privado con mi segundo coronel D. Gregorio Cruchaga, se resolvió la interceptación y rescate de unos soldados tan bravos y tan dignos de su general y de su patria. El recuerdo de la sorpresa ejecutada en Arlabán el 25 de mayo del año pasado, y la facilidad de que se supiese el movimiento de mis batallones, eran dos obstáculos que debían vencerse. Esparcí algunas cartas, manifestando mi determinación de doblar las montañas para incorporarme al pide del Pirineo con los batallones segundo y tercero, haciendo que estos documentos llegasen a Vitoria el día 8 y mañana del 9. El éxito correspondió a mis intentos, y los franceses, satisfechos de mi dirección sobre el río, Arga, salieron tranquilos de Vitoria.

Al mediodía del 8 se encaminaron mis batallones hasta el puerto de Guereñu, en donde hicieron mansión descansando al cabo de 5 leguas, y cobrando brío para andar aquella noche otras 7 que faltaban para el destino. Cuando los soldados conjeturaron dirigirse a los campos de Arlaban, presentaban el cuadro más lisonjero; nadie se acordaba de comer, y su anhelo se reducía a limpiar las armas, registrar sus cartuchos, animarse mutuamente, y persuadirse de la victoria. Entrada la noche, se rompió la marcha con tal silencio y vigor, que ninguno se separó un paso, y llevando la ruta por entre las guarniciones de Salvatierra y Vitoria, no hubo el menor recelo por parte del enemigo.

Al romper el día 9, tan aciago para muchos franceses como célebre para los soldados del impávido Ballesteros, se hallaba el cuarto batallón a las órdenes de su comandante D. Francisco Ignacio Asura, situado a las inmediaciones del pueblo de Salinas, comprehendido en el territorio de Guipúzcoa, haciendo frente a la vanguardia enemiga; el primero, a las inmediatas de su sargento mayor D. Ramón de Ulzurrun, formaba sobre la izquierda, haciendo la derecha el quinto, a las de su comandante D. Sebastián Fernández, formando todos en herradura, con el fin de correr a unirse a la derecha del quinto con la izquierda del primero, completando un círculo que abrazase todo el comboy y fuerza enemiga. A propuesta del impertérrito coronel Cruchaga mandé por orden general, que ningún soldado se tirase al comboy hasta la conclusión de la batalla bajo la pena de ser fusilado, y que verificada la primera descarga, los tres batallones se tirasen a la bayoneta.

Es increible el gozo de los voluntarios al recibir una orden tan grata a su corazón, que se complace en decidir prontamente una acción, y que está convencido de su ventaja sobre el enemigo cuando, cesando el fuego, obra la bayoneta. La columna francesa marchaba confiada, y repentinamente se halló envuelta entre las balas, y antes de rehacerse se encuentra punzada por el arma blanca de mis soldados. Su mucha extensión no permitió el cerco completo; pero en un momento vio su vanguardia degollada: el resto de la columna hizo una resistencia vigorosa; pero desisitió al instante que mis batallones (finalizada la operación con la vanguardia) se arrojaron tan impetuosamente sobre el centro y la retaguardia, que amilanados los soberbios polacos y abatida la guardia imperial, tiraban los fusiles y caían víctimas sobre mis bayonetas.

La serenidad, orden y bravura de mis voluntarios hacían un contraste maravilloso con el desorden, confusión y alharidos de los franceses: en una hora se completó la acción, y mis soldados se embriagaron de sangre enemiga. El valle resonaba con los ayes de polacos al espirar y de indignos españoles, al tiempo que los soldados del benemérito Ballesteros corrían presurosos al cuello de mis voluntarios, sus libertadores. De 600 a 700 cadáveres tendidos en el campo, 500 heridos conducidos a Vitoria en 100 carros, 150 prisioneros y todo el convoy son el fruto de la jornada, y de una acción concluida en el espacio de una hora: resultando capaz de satisfacer las ansias de mi división en destruir franceses; pero su placer en rescatar 5 oficiales y 400 soldados bravos que han conservado el honor de las armas españolas, es tan particular, que de nada más se acuerdan. Su satisfacción al devolver unos hombres aguerridos es tan grande, que a nombre de todos me decía Cruchaga: "mi general, haced este regalo a nombre de la división al inmortal D. Francisco Ballesteros y a la patria, por cuyos intereses se han batido siempre con tanta gloria".

Pocos momentos viviré más alegre que los del día 9: mi brazo se cansó de exterminar, y de mis ojos corrían lágrimas de placer por el rescate de unos compañeros, dignos de la mejor suerte. Sobre la pérdida insinuada hace más horrenda la catástrofe la suerte de algunas personas. Deslandes, secretario de gabinete del rey intruso Josef, que conducía al emprerador una correspondencia muy interesante a la nación, salió del coche vestido de paisano, y fugándose precipitadamente sin ser conocido, fue muerto a golpe de sable por el subteniente D. León Mayo. Seguramente se le hubiera reservado la vida, habiendo sabido la clase: su señora, Doña Carlota Aranza, está prisionera en mi poder con otras dos andaluzas, que suponen ser mujeres de un ayudante mayor polaco y de un capitán respectivamente. Cayeron en mi poder 5 niños de tierna edad, que ignoro de quien sean: estos angelitos, que inocentemente son víctimas a los primeros pasos de su vida, han merecido de mi división todos los sentimientos de compasión y cariño que dictan la religión, humanidad, edad y suerte desventurada, y los he remitido a Vitoria: parece que el cielo templa mi cólera en los campos de Arlabán con la prisión de los niños, que por su candor tienen el mayor ascendiente sobre mi alma, y son la única fuerza que imprime y amolda el corazón guerrero de Cruchaga. Se han tomado la caja militar del regimiento séptimo de infantería de polacos, 2 banderas, 8 tambores, y la correspondencia que conducía Deslandes: nada se hubiera libertado si el castillo de Arlaban, consturido por la acción del 25 de mayo, no hubiese protegido con sus 4 piezas de cañon a los que resolvieron retirarse precipitadamente.

Parece increíble nuestra pérdida, que consiste únicamente en 50 heridos y 5 muertos, mereciendo un lugar distinguido el subteniente abanderado del primer batallón D. Domingo Garde, jóven tan amable como valiente, quien después de haberse saciado de embasar polacos con la lanza de la bandera, recibió tres balazos, y espiró al día siguiente con sentimiento general de todos que le amábamos.

Una acción dada en el intermedio de Salinas y el castillo, distantes solos 3 cuartos de legua, sin poder obrar la caballería por la aspereza del terreno, aunque acometió dos veces a las órdenes del teniente D. Custodio Fontellas y degolló algunos enemigos, decidida en sólo una hora con un éxito tan ventajoso, es motivo para que esta división reciba las mayores atenciones de V.E. y del gobierno: mis soldados han añadido un nuevo laurel a la corona que se han ganado en el campo de Marte con tantas victorias. Si tengo el honor de mandarlos, estoy obligado a reclamar en su favor un distintivo que los premie y entusiasme. No puedo en justicia singularizar a nadie, porque su obediencia y valor fueron tan iguales como extremados; pero hago memoria del guerrero navarro, el coronel Cruchaga, que conmigo mandó en jefe la acción; del sargento mayor D. Ramón Ulzurrun, encargado del primer batallón de D. Francisco Ignacio de Asura y D. Sebastián Fernández, comandantes del cuarto y quinto. Cinco caballeros oficiales y 400 soldados del señor Ballesteros publicarán en toda la nación, que el séptimo ejército cuenta con una división valiente, y que V.E. tiene soldados tan fieros con el enemigo, como amantes de los españoles. Los campos de Arlabán serán tan preciosos a los ojos de mis voluntarios, como ingrata su memoria a los franceses por haber perdido su honor y el fruto de sus rapiñas. —Nuestro señor guarde a V.E. muchos años. Zalduendo 11 de abril de 1812.–Exmo. Sr.—Francisco Espoz y Mina.—Exmo. Sr. D. Gabriel Mendizabal".
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