martes, 10 de abril de 2012

La Guerra Realista 1821-1823



En Navarra, los movimientos militares de carácter Realista comenzaron el 1 de diciembre de 1821. Pero los movimientos de protesta se habían iniciado antes, atizados por la euforia a veces insolente de los constitucionales. A raíz de la sublevación de Riego en Andalucía y de la consiguiente reimposición de la Constitución de 1812, la guarnición militar de Pamplona se había sumado a la rebelión y, el 11 de marzo de 1820, obligó a las autoridades locales a jurar la Constitución. Luego, el Gobierno cesaría como virrey de Navarra al conde de Ezpeleta para sustituirlo por el también navarro pero liberal Espoz y Mina. La actitud insultante de algunos soldados y la obligación que luego se impuso a los sacerdotes de predicar desde el púlpito en favor de la Constitución debieron contribuir más tarde, ya en los primeros meses de 1821, a que se registraran algunos tumultos de protesta en Tudela, Tafalla y Corella e intentara formar una primera partida el llamado Julianillo, antiguo sargento de Mina durante la guerra de la Independencia, en Lapoblación.

El ambiente de Navarra no debía parecer ciertamente seguro al Gobierno si, como se dijo, fue ese el motivo que le indujo a enviar a esta región, en junio de 1821, un batallón de la Milicia nacional (organización paramilitar creada para defender la Constitución, en cierto modo como cuerpo político), cuya presencia en Pamplona provocó la reiterada protesta del Ayuntamiento y un más serio brote de indignación popular, que llegó al apedreamiento de los soldados. Estos a su vez, cuenta Gambra, "provocaban de continuo al vecindario con sus canciones del Trágala y el Himno de Riego, así como con el toque de retretas injuriosas". A ello aún sumaría el Ayuntamiento, en una de sus lamentaciones, "el escandaloso trato con mujeres por parte de la tropa"; esto y lo anterior, "eran causa del mal espíritu de la población".

Todavía en 1821, para preparar formalmente el alzamiento y la guerra, se constituyó en Navarra una junta, predecesora directa de la que se llamará junta Gubernativa Interina de Navarra*. La primera preocupación radicó en la necesidad de conseguir armas; se encargó de ello el párroco de Uztárroz, Anda, Martín, quien no pudo efectuarlo en Francia, como se pretendía, al cerrar la frontera el Gobierno francas so pretexto de que había peligro de epidemia. Y hubo que conformares con quinientos fusiles que Eraso*, principal miembro de la junta y a la sazón alcalde mayor de la Valdorba, logró distraer de los que las autoridades constitucionales habían empezado a distribuir por los pueblos para armar las milicias nacionales que en ellos se comenzaban a formar. No hubiera comenzado con todo el alzamiento, como empezó, el 11 de diciembre de 1821, si la conspiración no hubiese sido descubierta por las autoridades y si no lo hubiese aconsejado el estallido de un motín en Sangüesa, donde la gente arrancó la lápida que había dado nombre a la plaza de la Constitución (según una costumbre que había comenzado durante la guerra de la Independencia en toda España).

Este primer brote surgió de la Valdorba y se extendió enseguida a Aibar, Lumbier y Cáseda. Desde allí, divididos en dos grupos, fueron los unos hacia Tierra Estella, mandados por Ladrón de Cegama* y los otros hacia Roncal, dirigidos por Juan Villanueva, miembros ambos de la Junta inicialmente constituida. Pero fueron alcanzados por las tropas constitucionales, que habían recibido refuerzos, y derrotados y diezmados, aquéllos en Larráinzar y estos en Nagore.

Refugiados los jefes en Francia, recomenzó allí la preparación del movimiento. Navarra comenzó por asegurarse el armamento, encargándose para ello al coronel Álvarez de Toledo de rehacer un viejo fortín en el bosque del Irati, a fin de que sirviese como depósito de armas. A ello se añadió allí mismo la creación de una pequeña fábrica de municiones, que pasó a dirigir el párroco de Burguete, Ignacio Azcona. El clima de enfrentamiento, por otra parte, estaba caldeado. Para éstos reparativos Álvarez de Toledo pudo contar con gente de Roncal y Salazar y otros pueblos y valles de la Montaña, reclutada principalmente por sus párrocos (Andrés Martín*, Pedro Agustín Ilincheta*). Pero en Pamplona y la Ribera menudeaban los enfrentamientos directos, aunque verbales, entre tropa y gente común; hasta el 19 de marzo de 1822, en que, sin duda por razón de conmemorar la promulgación de la Constitución en 1812, los insultos se convirtieron en agresiones mutuas y, en Pamplona, los paisanos mataron a cinco soldados e hirieron a trece, en tanto que éstos hacían lo propio con dos y dieciséis de éstos. Finalmente, el 10 de junio de 1822, la junta Gubernativa Interina de Navarra firmaría sendos manifiestos, uno dirigido a todos los "valientes y generosos navarros" y otro a los "soldados seducidos por jefes perjuros", para que se sumasen a la causa de la "religión, el rey y la patria" y tomasen las armas. El día 12 cruzaban la frontera los que iban a ser jefes militares del movimiento.

Reunidos en Uztárroz, organizaron lo que en adelante se llamó División Real de Navarra, cuyo mando correspondía -por decisión tomada meses antes en Toulouse- al mariscal de Campo Vicente Jenaro Quesada*, registrando su primer encuentro, victorioso en Vidángoz, e iniciando una rápida serie de marchas y contramarchas que los conducía al otro extremo de Navarra, hasta Urbasa y Oteiza, y de aquí nuevamente a Burguete (11 de agosto): recorrido veloz y sorprendente que sólo se comprende porque los sublevados eran pocos y muy mal pertrechados, muy inferiores en número y armamento a los regulares, que los perseguían y azuzaban continuamente y con quienes no pudieron tener otra cosa que encuentros marginales e indecisos. Por su parte, el ejército regular tuvo su principal obstáculo para acabar con tal movimiento en lo que el comandante militar de Pamplona, Sánchez Salvador, comunicaba en un oficio reservado de 3 de julio al jefe político: de los pasos de los realistas "ninguna noticia nos dan los Ayuntamientos. Se puede decir acerca de esto que vivimos como un país enemigo". En agosto, el jefe del quinto distrito del ejército, general Espinosa, llegaría a publicar un bando en virtud del cual se consideraba responsables a todos los efectos -de los delitos de sus hijos- a los padres de los soldados realistas, así como a quienes los atendieran en sus necesidades.

Desde esos mismos días la lucha tomó un aspecto distinto en Navarra. Se constituyó en Cataluña la Regencia Suprema de España durante la cautividad de Fernando VII y la nueva autoridad envió a Navarra al guerrillero Antonio Marañón*, alias el Trapense, para que reuniera fuerzas capaces de asegurar la defensa del bastión catalán de la Seo de Urgel, principal plaza de las ocupadas por el llamado Ejército de la Fe. Sin contar con la junta Gubernativa Interina de Navarra, el Trapense convenció al general Quesada para que le acompañara a Aragón con la División Navarra y el 30 de agosto de 1822 se pusieron en camino. Simultáneamente, la junta Navarra debió juzgar prudente ratificar la medida y, en septiembre, enviaría a dos de sus miembros, Mélida y Eraso, para manifestar su acatamiento a la Regencia, en la Seo de Urgel. El 18 de septiembre la División Navarra obtuvo una importante victoria en Benabarre, en el Alto Aragón, sobre los constitucionales.

En Navarra la ahora desguarnecida Junta, que permaneció en Ochagavía, hubo de hacer frente al ataque del general Espinosa, en la indecisa batalla del monte Zapatucea, en Jaurrieta; aunque pasó después aquélla a la ofensiva, obteniendo sus tropas en octubre los éxitos de las acciones de Barásoain, Pueyo y Estella.

El 19 de octubre regresaba a Navarra la División Real. Con ella, el general Quesada prepararía una marcha sobre Vitoria, pero fue derrotado en Nazar y, desanimado, dejó el mando de la División en Ladrón de Cegama marchando él a Francia. Más tarde, la Regencia designó general en jefe del ejército de Navarra a Carlos O'Donnell, hombre de familia noble irlandesa que se había refugiado en España por su implicación en las luchas angloirlandesas de religión. Pero optaría también por marchar a Francia y dejar el mando a Ladrón de Cegama.

En 1823 la lucha continuó en Navarra con la misma tónica de marchas y contramarchas y acciones menores y circunstanciales, sin enfrentamientos abiertos de envergadura: la acción indecisa de Sangüesa donde Salcedo y Chapalangarra* sorprendieron a Ladrón (20.1.1823); la expedición de éste sobre Huesca (febrero) para asegurar el realismo del Alto Aragón; la coetánea defensa del valle de Roncal por Tomás dé Zumalacárregui, comandante del segundo batallón de la División Real.

A comienzos de marzo de 1823 la orden de O'Donnell -que seguía siendo jefe nominal de la División- de que se acercara ésta a la frontera de Arnegui para recibir pertrechos, dejó desguarnecida Navarra y permitió una larga serie de saqueos por parte de las tropas constitucionales, distinguiéndose por su crueldad Chapalangarra. La situación sería restablecida por la División Real en la batalla que libró el 26 de marzo contra los hombres de Salcedo y Chapalangarra entre Urdániz (Esteríbar) y el cerro de San Cristóbal, sobre Pamplona, a la que seguidamente la División pondría cerco. El 7 de abril entraban en España los Cien Mil Hijos de San Luis; el mando de la División navarra fue confiado al francés conde de España y una parte de ella prosiguió el cerco de la capital, en tanto que otra pasó a Aragón al mando de Ladrón de Cegama, venciendo a los constitucionales en Tamarite. Pamplona se rindió el 16 se septiembre. (Realismo*).

Fuente:
Gran enciclopedia Navarra

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